Estudio Bíblico

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Guerra espiritual, problemas y crisis.






Introducción.
Dios nos llamó este año a batallar en contra de los gigantes que se han estado oponiendo a que podamos alcanzar la clase de vida que El pago para nosotros y el propósito y el destino para el cual nos llamó.
El quiere que quitemos todas las limitaciones que nos han impedido el paso a otro y mejor nivel de vida en Cristo.

El nos ha prometido que vamos a tener la victoria pero hay que librar la batalla.
Como cuando José condujo al pueblo de Israel a tomar la tierra prometida.
Dios ya les había dado la tierra.
Pero tuvieron que enfrentar a los pueblos que estaban ocupándolas, y que se convirtieron en sus enemigos.



La oposición saca a luz la verdadera dimensión de la redención del creyente.

La oposición, los problemas y las crisis ponen en evidencia lo que hemos permitido que Dios transforme en nuestra vida, las áreas irredentas y las redimidas en nuestra vida, la verdadera dimensión de cuanto le hemos permitido a Dios el Señorío de nuestras vidas.

Entre los israelitas hubo quienes desistieron (lo fácil pero también lo mínimo, la mediocridad): fueron la mayoría. Si bien Dios los bendijo, los bendijo en el nivel básico de la bendición: El suplió sus necesidades básicas (comida, ropa, calzado, techo), pero hasta allí.

Hubo otros que se enlistaron en la batalla:
Los que se esforzaron y perseveraron, ellos alcanzaron la victoria.
Se refiere a los que son prosperados en todas las cosas y tienen salud, así como prospera su alma (3 Jn 2).
Y también aquellos a los cuales les son revelados los tesoros muy guardados y los secretos escondidos (Isa 45:3).

Hubo unos que se rebelaron y provocaron división y fueron destruídos.
Los diez espías (Num 14:36-38) y Coré (Num 16).

Así como la situación de la entrada del pueblo de Israel a la tierra prometida evidenció la verdadera esencia del corazón de los que fueron como espías y del pueblo, así los problemas y las crisis van a sacar a luz la verdadera dimensión de la redención de nosotros los creyentes.
El cobre (lo que no sirve) o el oro (lo que es valioso para Dios)::
El cobre representa la carne: los celos, las iras, las contiendas, las divisiones, las disensiones, la rebelión, etc. No es malo que salga para que se pongan en evidencia las cosas que necesitamos cambiar para seguir creciendo a la estatura del carácter de Cristo. Lo malo es que en lugar de combatirlas nos dejamos vencer por esas cosas y actuamos en base a ellas.
El oro representa al espíritu: el perdón, el amor, la fe, la paciencia, etc.

Con nosotros puede suceder otro tanto igual:
Dios quiere que alcancemos el cumplimiento de Sus promesas para nuestras vidas y el cumplimiento de Su propósito y de sus planes.
Pero, es muy probable que cuando estemos batallando para alcanzar esas promesas y conquistar esos territorios del alma y espirituales que es necesario para alcanzarlas, los mismos demonios que combatimos se nos vayan a dejar venir.

Cuando el pueblo de Israel estaba combatiendo el espíritu de la esclavitud, en el desierto, cada vez que enfrentaban problemas ese espíritu los atacaba para hacerlos volver.
Hacía que se olvidaran de la dureza de la esclavitud.
Solo se recordaban de los poquísimos aspectos que hacían la esclavitud medianamente soportable.
Y todo ello, para apartarlos totalmente y/o hacerlos desistir del propósito que Dios tenía para ellos.

Cada vez que el ejército de Israel amanecía para combatir a los filisteos, el gigante Goliat aparecía para atemorizarlos y hacerlos desistir de la batalla.
Y ellos desistían cada día, así durante 40 días.
Hasta que un adolescente, sin entrenamiento militar ni armas, se enfrentó al gigante y desenmascaró su verdadera esencia: un intimidador sin poder real, un gritón sin respaldo. Y el adolescente (David) lo venció.

Igual nos puede suceder con esos gigantes que vienen a atemorizarnos, a tratar de hacernos desistir de la batalla, a mantenernos en el conformismo, la mediocridad.
Los demonios no le temen a los cristianos porque sean salvos.
Le temen a los cristianos que tienen una visión de la tierra que pueden conquistar y están dispuestos a librar y mantener la batalla que sea necesaria para alcanzar esa tierra prometida.
A los cristianos que están revestidos de visión, fe, paciencia, perseverancia y se mantienen firmes en la Palabra mientras pelean sus batallas contra los demonios que los acosan.

Dios nos ha ofrecido y nos dará la victoria, bajo algunas condiciones: la fe, la paciencia, la perseverancia, mantenernos firmes en Su Palabra.
Para alcanzar la victoria vamos a tener que enfrentar enemigos.
Y los enemigos no se van a dar por vencidos fácilmente.
Se van a alborotar (2 Cor 4:8-11).
Si estamos batallando contra el gigante del dolor en el corazón, es posible que en un principio se puedan incrementar las situaciones que nos provoquen dolor emocional.
Si estamos batallando contra los problemas económicos, en un principio las situaciones relacionadas con lo económico puede ser que empeoren.
Si usted está batallando contra el gigante de la lujuria y la lascivia, en un principio puede ser que se vayan a incrementar las situaciones de tentación para caer en esos pecados.
Si usted está batallando contra el gigante de la ira y del mal carácter, en un principio puede ser que se vayan a incrementar los incidentes en su vida que pueden desatar la ira y ese mal carácter.
Y así sucesivamente con cada área de batalla que vayamos a librar como personas, como familias, como cuerpo.



Conclusión.

Recordemos. No tenemos por qué desistir ni rebelarnos. Solo existe una solución, y esa es librar la buena batalla de la fe (1 Tim 6:12), sabiendo que solo los valientes, los esforzados, arrebatan el reino de los cielos (Mat 11:12), y que Dios está con nosotros para ayudarnos como poderoso gigante (Jer 20.11).

En Cristo ya todo está previsto para que seamos más que vencedores por medio de El (Rom 8:28-37).
El vino para deshacer las obras del diablo (1 Jn 3:8).
El nos ha dado el poder del Espíritu Santo para ayudarnos (Hch 1:8)
Tenemos a nuestra disposición toda la armadura de Dios (Efe 6:10-18).
Nuestra lucha no es contra personas (carne y sangre) sino contra huestes espirituales de maldad (Efe 6:12).
Una parte importante de la batalla es destruir toda fortaleza que está en nuestro corazón que se levanta en contra de la obediencia y el conocimiento de Dios, llevándola cautiva a la obediencia a Cristo (el cobre) (2 Cor 10:3-6).

El resultado de que libremos la batalla será:
Que nuestra vida será como la luz de la aurora, irá en aumento hasta que sea perfecta (Prov 4:18, Fil 1:6).
Se cumplirán los planes que Dios tiene para nosotros, planes de bien para darnos un futuro y una esperanza (Jer 29.11).
Vamos a vivir en la plenitud de vida que Dios en Cristo pagó para nosotros (Jn 10:10).
Vamos a ser prosperados en todas las cosas y tendremos salud (3 Jn 2).



12 Abr 2010