Estudio Bíblico

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Lo profético.



ESCUELA PROFÉTICA (1).

LO PROFÉTICO.




Introducción.
1 Cor 12:1. No quiero, hermanos, que ignoréis acerca de los dones espirituales.
1 Cor 14:1. Seguid el amor; y procurad los dones espirituales, pero sobre todo que profeticéis.



Definición.

En un sentido general se refiere a “hablar por otro”, y en el caso específico del judeo-cristianismo, se refiere a hablar de parte de Dios. En este sentido general, toda la Palabra de Dios, la Biblia, es esencialmente una palabra profética, por cuanto los escritores no escribieron por sí mismos, sino que escribieron siendo inspirados por el Espíritu de Dios (2 Ped 1:21).
Desde esta perspectiva, cuando enseñamos la Palabra bajo la dirección del Espíritu Santo, entonces, es muy probable que, por lo menos, ciertos pasajes de la enseñanza o de la predicación sean proféticos (1 Cor 13:9).
Ello implica la necesidad de que pongamos mucha atención a lo predicado o enseñado por otros (o por nosotros mismos) siempre, por la razón de que a través de ello Dios nos va a enseñar las cosas por venir para que estemos preparados para ellas (1 Cro 12:32).

En un sentido restringido se refiere a la revelación inspirada del porvenir, manifestada de parte de Dios a sus siervos, los profetas (Amós 3:7), y que tiene un lugar singular en las Escrituras, y no solo en ellas, sino también en la vida cotidiana de la Iglesia (Efe 4.11-16). En este sentido restringido, de los treinta y nueve libros del AT, diecisiete de ellos son «proféticos» (los judíos consideran a otros más con este carácter), y en el NT hay varios pasajes de los Evangelios, muchos de las Epístolas, y el libro de Apocalipsis, que presentan este carácter. Sólo la Biblia contiene verdaderas profecías, por cuanto es la Palabra de Dios eterno y omnisciente. Él sólo es el que anuncia «lo por venir desde el principio» (Isa 46:10).



La necesidad de abrir nuestro corazón a lo profético.

En primer lugar, Hch 2:16-18 y Joel 2:28-29 nos enseñan que la Iglesia previa a los últimos tiempos (los tiempos que estamos viviendo hoy) será una iglesia profética totalmente (los hijos y las hijas, los jóvenes, los siervos y siervas, los ancianos), lo que también se corrobora con Mal 4:5-6 y Luc 1.17, que nos enseña que en los postreros tiempos Dios enviará el Espíritu de Elías (profético) sobre la iglesia para que esta pueda derrotar las obras de las tinieblas que tratarán de venir sobre ella en estos tiempos, de la misma manera que lo hizo Elías con la idolatría y los profetas de Baal en el Monte Carmelo (1 Rey 18:20-40) y superar el estado de la Iglesia de Laodicea que pretenderá atacarla también en estos tiempos (Apo 3:14-22) desarrollando una pasión, vehemencia y celo por Dios y Su obra, avivándola en medio de los tiempos (Hab 3:2). Si vamos a ser una Iglesia profética, entonces, necesitamos abrir nuestro corazón a conocer, entender y poner en práctica y vivir lo que es el propósito de Dios para nosotros, individual y colectivamente.

Por otro lado, 2 Cro 20:20 nos enseña que se creemos en el Señor estaremos seguros y si escuchamos a sus profetas seremos prosperados. Lo que implica que nos conviene hacer ambas cosas porque entonces, en todo lo que hagamos, y en medio de los tiempos malos, a nosotros nos irá bien. El objetivo de lo profético es que nosotros podamos saber acerca de los tiempos que vienen y estemos preparados, sabiendo lo que hay que hacer (1 Cro 12:32) para que esos tiempos no nos sorprendan y podamos pasar por ellos (cuando son muy malos, como los de ahora) sin que ellos nos arrastren.

Porque el diablo no quiere ver levantarse una iglesia poderosa, celosa, vehemente, que estorbe y complique sus obras en los tiempos postreros, y porque no le conviene una iglesia próspera, ha hecho todo lo posible por lograr (aunque no lo ha logrado ni lo logrará por mucho que avance en sus esfuerzos y obtenga algunas victorias pírricas), a través del espíritu de la religión, el espíritu de Grecia, el espíritu de estupor y otros parecidos, que lo profético y los profetas sean desechados de la vida de la iglesia.

Esta es la hora y el tiempo para que la iglesia despierte a lo profético; es una de sus necesidades apremiantes para estos tiempos, desechando todo pensamiento, argumento, sistema de pensamiento (aunque sean aparentemente teológicos), que se opongan a lo que enseña la Palabra, derribándolos y llevando todo pensamiento cautivo a la obediencia a Cristo y a la enseñanza pura y el consejo completo de la Palabra de Dios (2 Cor 10.4-6, Hch 20:27).



Características fundamentales.

La base de la profecía (en sentido general y en sentido restringido) son las cualidades de Dios, como por ejemplo, Su Eternidad (El existe sin límite de tiempo hacia atrás y hacia adelante, Sal 90:2, Gen 21:33), Su Infinitud (El no tiene linderos ni límites; ni el universo ni el tiempo-espacio lo limitan, 1 Rey 8:27, Hch 17.24-28); Su Omnipresencia (Dios está presente siempre en todos los lugares y en todos los espacios con la totalidad de su Ser, Sal 139:7-11), Su Omnisciencia (Dios sabe todas las cosas, las reales y las posibles, todas por igual y sin tener que esforzarse, Hch 15.18, Mat 11:21, Sal 139.16). Por ello El puede hablar del pasado, del presente y del futuro.

El tema central tratado por todos los profetas es Jesucristo: Su persona, Su venida, Sus sufrimientos expiatorios, Su retorno, gloria y reino (1 Ped 1:11). A ellos les fueron reveladas por adelantado la época y las circunstancias de las dos apariciones de Cristo.

El Espíritu Santo es el único autor de la profecía (1 Ped 1:11-12, 2 Ped 1:21, Efe 3:5). Por ello, hay una armonía perfecta entre los profetas del Antiguo Testamento y los del Nuevo Testamento (1 Ped 1:12).

La Palabra profética es segura, y por ende, es deseable prestarle atención (2 Ped 1.19). Los que la descuidan cometen una insensatez. Ella es como una antorcha que alumbra en lugar oscuro nuestros pasos y circunstancias (Sal 119:105) y nos dirige hacia adelante, hacia el cumplimiento del propósito de Dios para nosotros, y por ende, a lo mejor de El (2 Cro 20:20).

No lo dice todo, no muestra toda la escena; pero es plenamente suficiente para mostrar el camino a través de los precipicios (Sal 23:4, 1 Cro 12:32) y orientar nuestras decisiones. Ninguna profecía puede ser objeto de una interpretación particular, o sea, separada del contexto de toda la Escritura (2 Ped 1.20).









05 Ago 2009