Estudio Bíblico

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El trabajo, bueno y bueno en gran manera.



El trabajo bueno y bueno en gran manera.



Introducción.

La primera imagen que la Biblia nos presenta de Dios es a Dios trabajando, y diciendo acerca de Su trabajo que había sido bueno, pero no tan solo bueno, sino bueno en gran manera. Con ello Dios nos estaba indicando lo que era el trabajo: una actividad, digna, honrosa, apreciable, importante. Sin embargo, nuestra tradición religiosa pro-eclesiástica ha puesto el trabajo “secular” en un plano secundario, desvalorizándolo frente al trabajo eclesiástico (división que en ninguna parte hace Dios) y despojándolo de cualquier contenido espiritual y a favor de la obra de Dios en la tierra. En las Escrituras, a pesar de la caída, que de alguna manera complicó el trabajo, este nunca fue despojado de su valor e importancia, ni de su carácter espiritual ni de su contenido principal como obra que se hace para Dios, en cuanto cultivo y cuidado de todo lo que Dios ha creado. Es más, cuando Dios decidió encarnarse como hombre en la persona de Jesucristo, lo hizo en medio de una familia de carpinteros, y convirtiéndose Jesús en un carpintero, y cuando este buscó discípulos, lo hizo entre pescadores y cobradores de impuestos, antes que entre personas que trabajaban en lo eclesiástico, dándonos a entender con ello Dios, que El estaba revalorizando el trabajo secular, y el trabajo manual, poniéndolos en la misma dimensión del trabajo eclesiástico.

El objetivo de este estudio es renovar nuestro entendimiento en cuanto al valor y la importancia del trabajo, de acuerdo con Dios y lo que El nos dice en las Escrituras,


Versículo clave.

“Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí que era bueno en gran manera. Y fue la tarde y la mañana el día sexto.” (Gen 1:31).


Versículos de apoyo.

Gen 1:4, 1:10, 1:12, 1:18, 1:21, 1:25.


Desarrollo del tema.

En la Palabra de Dios, en muchos de sus libros, tanto del Nuevo Testamento como del Antiguo, se encuentran mencionados una gran cantidad de hombres y mujeres que nunca trabajaron en el templo ni pertenecieron a la clase sacerdotal, pero que desarrollaron un trabajo para Dios en el mundo de lo secular que redundó en Gloria para El.

Algunos de estos hombres y mujeres, muchos de ellos más conocidos que los sacerdotes y los profetas de su tiempo, son Abraham, Jacob, José, Ester, Deborah, Nehemías, Daniel, Gedeón, David, Mateo, Pedro, Juan, Lucas, Priscila y Aquila, etc. Hoy queremos referirnos especialmente a Nehemías.

Él trabajaba como consejero de confianza (copero) de un rey sumamente poderoso, el más poderoso de su tiempo (Neh 1:11, 2:1). Vivía en Susa, capital del reino persa, donde posiblemente había nacido (Neh 1:1), a más de 600 kilómetros de distancia de Jerusalén, ciudad de sus antepasados (Neh 2:3, 2:5), que probablemente, debido a la distancia, él nunca había visto personalmente, solo oído de ella. Sin embargo, a pesar de la distancia, de estar en una corte extranjera, tener un trabajo secular, posiblemente sin relación con sacerdotes y profetas de Dios, él era un estudioso de las Escrituras, y fiel seguidor de Dios y de Su Palabra (Neh 1:4-9). Dios lo usó para escribir el Libro que lleva su nombre, en el que en el primer capítulo, encontramos una de las oraciones de intercesión más aleccionadoras de la Biblia sobre el ministerio intercesor (Neh 1:4-11).

Retirándose de su empleo de manera temporal, y con la autorización y apoyo del rey (Neh 2:1-9), y con el título de gobernador, recorre el trecho entre Susa y Jerusalén y organiza al pueblo de tal forma que reconstruyen los muros de Jerusalén que habían estado derribados y destruídos por más de 120 años en 52 días (Neh 6:15). Derivado de la finalización de la reconstrucción de esos muros, Esdras leyó el libro de la ley de Moisés y como resultado de ello, el pueblo se volvió a Dios de todo su corazón y se produjo un tremendo avivamiento en medio de ellos como lo atestiguan los capítulos 8 y 9 del libro de Nehemías.

Concluidas tus tareas y habiendo organizado al pueblo y a sus principales para mantener la administración de la ciudad, Nehemías regresó a la corte con Artajerjes, tal como habían acordado cuando éste le dio permiso para ir a Jerusalén a reconstruír los muros. Después de poco tiempo en la corte, Nehemías volvió a pedirle a Artajerjes que lo dejará regresar en forma definitiva a Jerusalén, y cuando regresó, como gobernador, puso en orden todos los asuntos que durante su ausencia se habían desordenado, en relación con el templo y el cumplimiento de los mandamientos y ordenanzas de Dios.

Como podemos observar en toda esta historia, Nehemías, no siendo sacerdote, ni trabajando en el templo como ministro, sino que desde su posición de gobernador de la ciudad, hizo un trabajo para Dios que ni los sacerdotes, ni los levitas, ni nadie más había hecho: reconstruír los muros de Jerusalén, volver al orden del culto en el templo, volver al cumplimiento de los mandamientos y ordenanzas de Dios por parte de los sacerdotes y del pueblo, etc. Y obviamente, ese trabajo, trajo a Dios gloria, honra y alabanza.

El ejemplo de Nehemías nos enseña claramente que no necesitamos tener un ministerio de tiempo completo, ni siquiera de medio tiempo, en la iglesia, para trabajar y dar mucho fruto para la obra de Dios. Dios no solo usa a las personas que trabajan en la iglesia para adelantar Su obra en el mundo. Dios usa a todos los creyentes, independientemente de donde desarrollen sus actividades diarias, para adelantar Su obra en el mundo.

Todos los creyentes, independientemente de la clase de trabajo que realizamos, ya sea en la iglesia o fuera de ella, en el mundo secular, somos llamados a servir a Dios con nuestros trabajos y a hacer Su obra en el mundo:

“La creación aguarda con ansiedad la revelación de los hijos de Dios, porque fue sometida a la frustración. Esto no sucedió por su propia voluntad, sino por la del que así lo dispuso. Pero queda la firme esperanza de que la creación misma ha de ser liberada de la corrupción que la esclaviza, para así alcanzar la gloriosa libertad de los hijos de Dios.” (Rom 8:19-21, NVI).
Este pasaje nos está diciendo que la creación misma (todo lo creado, y entre ello, el trabajo, sin importar donde lo realicemos) está esperando la manifestación de nosotros, los hijos de Dios, para ser redimida de la corrupción a la que fue sometida por causa del pecado, y liberándola de todas las manifestaciones pecaminosas que la han impregnado, para la gloria de Dios. Quienes vamos a liberar a todo lo creado (el trabajo, la educación, la política, el arte, la cultura, la industria, el comercio, etc.) de la influencia del pecado somos los creyentes en Cristo, los que fuimos no solo nacidos de nuevo sino hechos ministros de la reconciliación para reconciliar, mediante nuestro trabajo (principalmente secular) todas las cosas con Dios:

“De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas. Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo por Cristo, y nos dio el ministerio de la reconciliación; que Dios estaba en Cristo reconciliando consigo al mundo (todo lo creado, no solo las personas), no tomándoles en cuenta a los hombres sus pecados, y nos encargó a nosotros la palabra de la reconciliación.” (2 Cor 5.17-19).

Conclusión.

El trabajo que tenemos actualmente, sea cual sea y en el área que sea, siempre que no sea en una actividad que la Biblia claramente califica como pecado, es un trabajo que hacemos para Dios, un servicio a Dios, un ministerio a Dios, que debemos valorarlo como tal, de la misma medida que valoramos los ministerios eclesiásticos.

Nuestro reto personal es, entonces, considerar a partir de ahora nuestro trabajo en el campo secular, como un ministerio de la misma importancia que el ministerio eclesiástico, y hacerlo con el mismo esfuerzo, gozo y calidad que tendríamos si trabajáramos en un ministerio eclesiástico.


Oración final.

Señor, te doy gracias por mi trabajo y por abrir los ojos de mi entendimiento para comprender el valor y el significado que tiene delante de Ti y que es una obra que hago para Ti. Gracias por permitirme colaborar contigo en Tu plan perfecto para con la creación, y dame la sabiduría, el valor, la pasión de levantarme cada día para hacer mi trabajo de la mejor manera que me es posible, sabiendo que es para la Gloria Tuya.

Ayúdame, Señor, para ver mi trabajo como un ministerio, y no demeritarlo en relación al trabajo eclesiástico, sabiendo que delante de Tus ojos tienen el mismo valor, y son parte del mismo plan que Tú tienes para con este mundo. Ayúdame también para encontrar formas creativas de manifestarte a Ti y Tu Gloria en mi trabajo. En el Nombre de Jesús.

10 Nov 2008
Referencia: Fundamentos.