Estudio Bíblico

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Familias quebrantadas (apuntes).



Familias quebrantadas.
El Cuerpo de Cristo, en imitación a Dios, debe mostrar una gran compasión y apoyo a las familias quebrantadas con niños pequeños, sea que la ausencia de un padre sea debida a la muerte, al divorcio, la deserción, o por adopciones otorgadas a padres solteros (Isa 54:4-15). La gracia, la fortaleza, el perdón y el pastoreo de Dios están siempre disponibles para aquellos que le buscan de manera humilde y en espíritu de arrepentimiento (Ose; Prov 5:18; Efe 5:23-24, 32; Mar 10:2-12; Ecle 9:9; Rom 7:2; Mat 5:2; 19:1-12; Sant 4:1-3).
Las familias con uno solo de los padres (papá o mamá), aún cuando es posible que atraviesen muchas dificultades, no están inevitablemente condenadas al fracaso, y la familia de Dios debe redoblar sus esfuerzos para apoyarlas en salir adelante mediante un pastoreo y atención eficaces. No existe bíblicamente ninguna razón para rechazar a una familia de este tipo, aún cuando haya sido resultado de divorcio, excepto donde la disciplina de la Iglesia haya sido llevada a cabo de manera bíblica y que la persona no se haya arrepentido, y en este caso, la disciplina solo debe afectar al responsable, no así a sus hijos e hijas.



La adopción.
Adoptar un niño puede ser un llamado especial de Dios y puede ser una bendición para la familia y para el niño adoptado (Efe 2:10). Los cristianos que consideran la adopción deberían considerar y sopesar prioritariamente la adopción de los niños físicamente incapacitados o poco atractivos (1 Sam 16:7; Gal 2:6; Sant 2:1). En la consideración de todas las variables de la adopción debiera tener un peso muy importante la dirección del Señor así como el mejor interés del niño, no solamente los deseos, consideraciones y gustos de la pareja adoptante. La adopción no debería ser una respuesta automática a la infertilidad, al deseo de evitar el embarazo, o a cualquier otra razón centrada en los padres. En la adopción tampoco deberían ser considerados como motivos prioritarios, convencionalismos sociales y/o mentales que puedan hacen sentir a las parejas infértiles que son ciudadanos de segunda clase en lo terrenal y/o en el Reino de Dios (Gen 15:2; 16).



Los padres no casados y sus hijos.
Dios ha dado los hijos a sus propios padres (Sal 127:3-5). La Iglesia debe, por lo general, estimular a los padres a criar y educar a sus propios hijos; y en aquellos casos trágicos en los que una madre embarazada no casada haya decidido que no puede o no va a conservar y cuidar de su propio niño, la Iglesia puede recomendar, justa y sabiamente, que dé la custodia única al padre del niño si estuviese dispuesto o que dé el niño en adopción. La Iglesia no debería aconsejar automáticamente a los padres no casados a entregar sus hijos en adopción, sino que en primer lugar debería animarles a considerar como podrían cumplir su responsabilidad para su propia carne y sangre.



Los abuelos y los parientes ancianos o discapacitados.
La familia debe proveer cuidado amoroso emocional, espiritual y físico para sus miembros ancianos dependientes o incapacitados, y debe respetarlos reconociendo sus años de experiencia y potencial para enseñar sabiduría a aquellos que son más jóvenes (1 Tim 5:4-8; Mat 15:1-9).
Independientemente de su edad, Dios tiene un propósito para los abuelos y para los otros parientes ancianos de la familia (Gal 6:10); uno de ellos es que los abuelos son responsables de enseñar primero a sus hijos adultos cómo enseñar a sus nietos, y segundo, ayudar a garantizar que esto realmente ocurra (Sal 78:1-8, Deut 6:1-10). Otro propósito es compartir su conocimiento de la Palabra de Dios, su experiencia y su sabiduría con otros miembros más jóvenes de la sociedad (Sal 71:17-18, Sal 92:12-15, Tit 2:3-5)
La sociedad no debe abusar, ignorar, menospreciar y/o despreciar a sus miembros adultos, ancianos o discapacitados (1 Tim 5:1-3, Lev 19:32, Prov 16:31, Prov 20.29). Tampoco considerarlos como personas sin valor o mera carga, o apresurar sus muertes por medio de la “eutanasia” o cualquier otro medio (Exo 20:13, Deut 5:17).
Los parientes incapacitados debido a la edad o por cualquier otra incapacidad tienen el derecho de encontrar reposo y cuidado en los hogares de sus hijos u otros miembros cercanos de la familia de ser posible médica o físicamente. Los ancianos no deben ser vistos como una molestia ni ser rechazados para no habitar con sus hijos porque sean una carga o una inconveniencia (ver el libro de Ruth, en relación con Noemí).
Los cristianos debiesen proveer para sus parientes incapacitados (1 Tim 5:4, 8, 16), y para las personas ancianas en aflicción no necesariamente parientes (Sant 1:27).
La ancianidad no debe ser considerada como un tiempo para la búsqueda individual y egoísta de sus propios fines (Tit 2:2). Las personas mayores con cuerpos y mentes razonablemente sanas no deben esperar que otros les apoyen en un estilo de vida ocioso o egoísta (1 Tes 4:11, 2 Tes 3.10).



El aborto y el infanticidio, la eutanasia y la discriminación en el tratamiento médico
Toda la vida humana es santa y tiene un valor intrínseco dado por Dios, más allá de ser medida por la habilidad humana, debido a que, aún en el estado caído, porta la imagen de Dios, sin consideración de raza, edad, género, status prenatal o impedimento físico o mental (Mat 6:25; 10:31; Gen 2:7; 9:5-6; Sal 139:14; Jer 1:5).
El valor de la vida humana no puede ser medido por su “calidad”. Por ello el aborto a petición, el infanticidio, la eutanasia o la discriminación en el tratamiento médico en contra del incapacitado, el muy joven, el muy anciano, los miembros de alguna raza o género, es siempre injusta delante de Dios. Ninguna persona, sean cuales sean sus características, tiene un valor intrínseco mayor que algún otro (Deut 10:17, Deut 16:19, Job 13:10, Job 32:21, Prov 24:23-25, Hch 10:34, Rom 2:11, Gal 2:6, Efe 6:9, Col 3:25, Sant 2.1, Sant 2:9, 1 Ped 1:17).
Todo ser humano comienza la vida a partir del momento de la concepción. El cigoto, el embrión y el feto debiese, por lo tanto, recibir protección plena de la ley (Sal 139:14-15; Jer 1:5; Exo 21:22-25). Por lo tanto, matar el cigoto, el embrión o el feto por medio del aborto o alguna otra forma de violencia es asesinato (Exo 20:3, Deut 5:17). La remoción del cigoto, el embrión o el feto del vientre está justificada únicamente cuando dejar al niño en el interior de la madre causaría la muerte tanto de la madre como del niño. La Iglesia debiese fomentar la investigación para mejorar las oportunidades de supervivencia para un bebé y su madre en estas condiciones de tal manera que este extremo llegue a ser innecesario en la mayoría de casos posibles. Ni la madre, ni el padre, ni el gobierno civil, ni ninguna otra persona o institución tienen el derecho moral para decretar la muerte por aborto de algún niño por razón alguna, sea social, económica, psicológica, etc.
Ningún niño debe ser privado de alimentación o del cuidado médico necesario después del nacimiento por razón alguna (Deut 5:17).
Los hombres y las mujeres ya ancianos tienen valor a los ojos de Dios y tienen el mismo derecho a la vida dado por Dios como las otras personas. La “eutanasia”, tomar la vida de una persona ya sea a través de la acción positiva o el descuido, es, por lo tanto, asesinato (Exo 20.3, Deut 5:17).
El derecho a la vida, y la vida misma, no deben ser valorados por la utilidad de la persona a la sociedad. Por lo tanto, las personas ya ancianas, y aún aquellos muy severamente incapacitados, son personas con valor, y no deberían ser menospreciados, subvalorados, despreciados, o situaciones similares, y mucho menos, usados para experimentos médicos sin su consentimiento.



26 Mar 2016