Estudio Bíblico

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Paternidad de Dios.



EL MÉTODO DE CONOCER A DIOS COMO PADRE.



Como comenté en la introducción, por muchos, muchos años, a pesar de ser creyente, no pude alcanzar una relación con el Padre, que es mi Padre, a pesar de que en el libro de Romanos, Cap. 8, versículo 15 dice:

“Pues no habéis recibido el espíritu de esclavitud para estar otra vez en temor, sino que habéis recibido el espíritu de adopción, por el cual clamamos: ¡Abba, Padre!.

Lo que implica que Dios siempre había querido que yo le conociera como mi Padre, no solo de nombre sino de relación.

Sin embargo, durante todo ese tiempo, a pesar de que siempre, mi inquietud y mi necesidad era la de poder experimentar a Dios como Padre porque esa era una carencia muy fuerte en mí corazón y en mi alma, no llegaba a tal experiencia ni a tal nivel de relación con El.

Y entonces, mientras mi deseo de conocerle como Padre iba creciendo, casi hasta el punto de la desesperación, comencé a comprender, bajo la dirección del Espíritu Santo, que mi imposibilidad de experimentarlo como tal tenía mucho que ver con la calidad de relación que había tenido con mi padre terrenal durante mi infancia. Cada vez que pensaba en Dios como Padre, la imagen que se venía a mi mente era la de mi padre terrenal, con sus cualidades y sus “defectos”, sus aciertos y sus “errores”, algunos de los cuales, sin él quererlo estoy seguro, me lastimaron mucho, ello me hacía tener reservas de Dios como Padre. Por un lado quería acercarme por la necesidad que tenía de El, pero por otro lado también quería alejarme por el temor a ser nuevamente lastimado.

En esas estaba cuando encontré en la Palabra, guiado por el Espíritu Santo, varios pasajes que llamaron mi atención significativamente. Los primeros dos fueron Malaq 4:5-6 y Luc 1:17:

“He aquí, yo os envío al profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible. El hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición.” (Malaq 4:5-6).

“E irá (Juan el Bautista) delante de El (de Jesús) con el espíritu y el poder de Elías, para hacer volver los corazones de los padres a los hijos, y de los rebeldes a la prudencia de los justos, para preparar al Señor un pueblo bien dispuesto.” (Luc 1.17).

Lo curioso de estos dos pasajes es que el primero está justo al final del Antiguo Testamento, en los dos últimos versículos, en tanto que el segundo está al inicio del Nuevo Testamento. La pregunta es ¿por qué? ¿que tiene que ver la venida de Cristo con la restauración del corazón de los padres hacia los hijos y viceversa? Y precisamente esa pregunta fue la que le hice al Señor durante algún tiempo hasta que El me dio la respuesta.

La razón es porque El quiere revelarse a nosotros como Padre. En todo el Nuevo Testamento, el nombre que se refiere a Dios es “Padre”. Pero conocerle a El como tal no es posible si tenemos una imagen deformada por nuestras experiencias traumáticas de la infancia de la imagen de padre.

Esto para mí fue impactante porque, en primer lugar, por mi formación religiosa desde la infancia, yo había aprendido a llamar a Dios “Padre” por pura fórmula y costumbre, como quién dice “Señor”, “Señora”, “Licenciado” o “Doctora”, etc. Además, a pesar de mis muchos años de cristiano, yo no había entendido las implicaciones del nombre “Padre” para Dios, en primer lugar, porque había sido enseñado que el Antiguo Testamento era la revelación de Dios en tanto que la del Nuevo Testamento era la revelación de Jesucristo, y que, por lo tanto, la revelación de Dios terminaba en el ultimo libro del Antiguo Testamento, lo cual ahora me doy cuenta de que no es así, porque el mismo Jesucristo afirmó que El había venido a revelarnos al Padre:

“Le dijo Tomás: Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino? Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí. Si me conocieseis, también a mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto. Felipe le dijo: Señor, muéstranos el Padre, y nos basta. Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras. Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras.” (Jn 14.5-11).

A partir de estos dos pasajes, el Señor comenzó a trabajar en mi corazón para restaurar mi relación con mi papá y también comenzó a trabajar en el corazón de él para restaurar su relación conmigo, uniéndonos en un compañerismo, afecto, amistad y apoyo que no habíamos tenido antes. Y a través de esa restauración pude comenzar a experimentar una nueva dimensión del conocimiento del amor de Dios hacia mí como Padre.

Por otro lado, posteriormente, también me encontré con otro pasaje de la Escritura que está en Mat 7:9-11:

“¿Qué hombre hay de vosotros, que si su hijo le pide pan, le dará una piedra? ¿O si le pide un pescado, le dará una serpiente? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los cielos dará buenas cosas a los que le pidan?”.

En este pasaje, Jesús me enseñó que si quería conocer más a Dios como Padre, como no puedo llegar a conocer realmente el corazón de mi papá, puedo llegar a “topar” en el conocimiento del corazón de Dios como Padre, pero hay un camino adicional para incrementar mi conocimiento y vivencia de El como Padre: si puedo conocer a cabalidad mi propio corazón respecto a mis hijas, y observando ese sentir respecto a ellas puedo llegar a conocer el sentir del corazón de Dios, del Padre, respecto a mí, con la diferencia que el corazón de El hacia mi es mucho mejor que el mío hacia mis hijas. En otras palabras, poniendo atención a lo que yo siento por mis hijas, así puedo conocer lo que Dios siente por mí, solo que mejorado, porque yo soy imperfecto, con maldad y engaño aún en mi corazón, mientras que El es Perfecto.

A partir de esos dos pasajes, mi conocimiento del Padre sufrió no solo un cambio radical y profundo, sino que desde ese tiempo, no he dejado de conocerlo y vivirlo de una manera maravillosa en mi vida.

02 Nov 2014