Estudio Bíblico

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Módulo 216. El libro de Nehemías y la administración ministerial.



TEMA No. 5.

LA VIDA PERSONAL DEL MINISTRO (2).



NEH 5:14. Visión, ministerio y autoridad moral.

El cumplimiento de una visión, el liderazgo y el ministerio requieren de autoridad moral para llevarse adelante, de tal manera que antes de abandonar nuestra autoridad moral, mejor abandones cualquiera de las tres cosas, que más adelante las podremos iniciar de nuevo.
• Pero si abandonamos la autoridad moral, el cumplimiento de la visión, el liderazgo y el ministerio, no se volverán a levantar (Saúl, Sansón).
• "El ejemplo no es la cosa principal a la hora de influir en los demás; es la única." Albert Schweitzer.

Nuestra influencia es mucho más critica para que nuestra visión sea un éxito, que la posición que tengamos.
• En general, no son los que tienen posiciones los que hacen nacer grandes visiones.
• Con frecuencia, los visionarios no tienen más empuje que el de su influencia, que por limitada que sea, es la que le sirve de plataforma y estrado, que muchas veces es el único vehículo disponible para mover a los demás a la acción y en muchos casos, con ella basta, porque la posición es optativa, pero la influencia es esencial.
• La pasión que acompaña a una visión clara que viene de Dios es todo lo que hace falta para aumentar la influencia del visionario que tiene autoridad moral.


Autoridad moral.
Lo que le permitió a Nehemías enfrentar con éxito todos los problemas que enfrentó, pero principalmente el problema interno de la falta de alineación de su equipo fue su autoridad moral que consolidaba su influencia en el equipo.
• Fue la alineación de sus convicciones con su conducta, lo que hizo que fuera persuasivo.
• Su reconocimiento y arrepentimiento del pecado de haber sometido a deudas a sus hermanos.
• No haberse aprovechado de la posición de gobernador de ninguna manera.
• No haber cobrado el tributo para el gobernador.
• Haber invertido sus propios recursos en el cumplimiento de la visión.
• Eso es lo que se llama autoridad moral.

Sin autoridad moral, la influencia del líder se va a ver limitada y tendrá poco tiempo de vida.
• La autoridad moral es la credibilidad que uno gana cuando actúa de la misma forma que habla.

Nehemías era un gobernador.
• Los gobernadores anteriores habían usado su posición para enriquecerse a expensas del pueblo.
• Él decidió prescindir de esos privilegios.
• Al hacerlo, se puso en un lugar distinto al de sus predecesores.
• Pero lo más importante de todo fue que demostró su firme compromiso con el proyecto y con el pueblo de Jerusalén.
• Nadie lo podía acusar de estar metido en aquello por provecho personal.
• No fue su posición la que le dio influencia sobre los nobles y los funcionarios de la ciudad.
• Fue su autoridad moral.
• Frente a todos ellos, había caminado tal como había hablado desde el día en que llegó y anunció su intención de reconstruir los muros.
• Había demostrado alineación entre sus creencias y su conducta. Llevaba una vida que estaba de acuerdo con su visión.





La fuente de la autoridad moral.
• La adquisición y el mantenimiento de la autoridad moral no es ni puede ser el resultado de una maniobra para afirmar un liderazgo.
• Es una expresión natural de la consagración a Dios, la decisión de mantenernos dentro de Su Palabra en todo momento, sin importar el precio.
• Es el resultado del compromiso a hacer lo que es correcto, cueste lo que cueste.
• No es el resultado de dedicarse a complacer a la multitud, ni del afán de adquirir influencia, sino de la preocupación primordial de hacer lo que es correcto, aunque hacerlo parezca poner en peligro la influencia, la consecución de la visión, el liderazgo, el ministerio, etc.


Las trampas ocultas.
Llegará un día en el que necesitemos enfrentar una serie de circunstancias que en la superficie parecerán dictar la necesidad de unas concesiones éticas y/o morales quizá no muy relevantes, con el fin de acelerar el ver convertida en realidad nuestra visión.
Pero recordemos: lo correcto es correcto, y lo incorrecto no (sea grande o pequeño, o mínimo).
• Las concesiones, siempre, más temprano que tarde, sin excepción e inexorablemente, llevan a la pérdida de la autoridad moral.
• En esos momentos, deberemos mantener nuestra autoridad moral, cueste lo que cueste, aunque nos cueste la visión.
• Mantener la autoridad moral es algo que debe tener prioridad sobre el seguimiento de la visión.
• Así como Dios intervino a favor de Abraham y de David, si nuestra visión es realmente "algo de Dios", Él va a intervenir también a favor nuestro, sin necesidad de que tengamos que hacer concesiones de ningún tipo.
¿Me llevaría Dios a abrazar una visión que me obligue a hacer algo prohibido por El? Por supuesto que no.


Los elementos de la autoridad moral.
Es imprescindible que los cristianos desarrollemos y mantengamos nuestra autoridad moral, porque hemos sido llamados a influir para que podamos decirle a la gente como vivir, y el mundo nos está observando.
El desarrollo y el mantenimiento de la autoridad moral exige tres cosas: carácter, sacrificio y tiempo.

Carácter. Consiste sencillamente en la decisión de hacer lo que sea correcto, tal como Dios lo define.
• Es estar comprometido en primer lugar y por encima de todo a hacer lo que sea correcto.
• Requiere sometimiento.
• Para ser una persona de carácter, necesitamos someternos a las normas, los valores y los principios de Dios.

Sacrificio. El hombre o la mujer que llevan adelante una visión deben subir a la plataforma y demostrar que están dispuestos a sacrificarse a fin de convertirla en realidad.
• El sacrificio es la demostración más clara de nuestro compromiso con lo que podría ser.
• Las personas no invierten en una visión más que aquél o aquella que la ha lanzado originalmente.
• Somos nosotros los que debemos abrir el camino.
• Cuando nos sacrificamos por la visión, sabemos que nos hemos comprometido, y quienes nos rodean también lo saben.
• Una vez que demostramos nuestro compromiso sacrificándonos personalmente por el bien de la causa, nuestras posibilidades de influir aumentan de manera considerable.
• El sacrificio penetra la resistencia superficial y autoprotectora que presentan los que andan buscando excusas para no ayudarnos ni apoyarnos y con frecuencia silencia a nuestros críticos.

Tiempo. No se logra de un día para otro.
• Se desarrolla a través de una serie de respuestas adecuadas a las circunstancias sobre las cuales no tenemos control que ponen a prueba nuestro carácter.
• La experiencia es un componente imprescindible de la autoridad moral, y para adquirirla se necesita tiempo.
• Vamos a tener docenas de oportunidades que van a aparecer "como del aire" para demostrar que estamos decididos a caminar como hablamos.
• Por eso, debemos tener cuidado en cuanto a nuestra manera de vivir.
• Cada nuevo día representa otra oportunidad en potencia para desarrollar o para destruir nuestra autoridad moral.


La autoridad moral es frágil.
Se puede perder en una sola decisión.
En muchos casos es posible recuperarla, pero el precio es alto.
• Conseguir el perdón de las personas es una cosa, pero recuperar nuestra autoridad moral (confianza) es otra totalmente distinta.
• El arrepentimiento de corazón nos gana el favor de Dios pero no el de los hombres (David).
• La reconstrucción de la autoridad moral va a exigir los mismos tres ingredientes (carácter, sacrificio y tiempo) pero va a llevar más tiempo y va a exigir más sacrificio.
Para recuperar la autoridad moral, es necesario que la persona se haga responsable de las ramificaciones prácticas que hayan tenido sus acciones.
• Esto podría significar en muchos casos la necesidad de una restitución.
• Y ello podemos estar seguros de que va a significar algún tipo de sacrificio (Zaqueo).



NEH 7:2. La necesidad de personas espirituales para los puestos de autoridad.

Este pasaje, como se nos manifiesta a lo largo de toda la Biblia, nos enseña la necesidad de que personas con un desarrollo espiritual adecuado sean las que tomen los puestos de autoridad. Eso es así por varias razones.

Primero: según Rom 13:1-7, las autoridades reciben su autoridad de parte de Dios, es una autoridad delegada, por la que van a dar cuentas delante de Dios (Mat 25:14-30). Solo pueden dar cuentas adecuadas de ella aquellos que la ejerzan de acuerdo a los principios de la Palabra de Dios, y los incrédulos no pueden hacerlo por cuanto, por la obra del diablo, tienen cegados los ojos de su entendimiento para que no les resplandezca la luz del evangelio (2 Cor 4:4).

Segundo: la autoridad que rige el universo (Dios) es una autoridad de servicio no de poder, abuso y mando ilimitado; además que la autoridad que le es delegada al ser humano de parte de Dios en ningún momento es una autoridad sobre personas, sino sobre las cosas para bendecir a las personas. Pero el mundo entiende la autoridad de otra forma, como señorío sobre personas y cosas y se olvida del servicio (Mar 10:42-45) aprovechándose en su beneficio personal de la autoridad delegada (Deut 17.14-20). En la medida en que una persona sea más justa, su vida testifique de un caminar más intimo y cercano con Dios, menos se aprovechará de su puesto de autoridad en beneficio propio y más lo utilizará en beneficio de los que están a su cargo.

Tercero: de acuerdo a lo que nos enseña el Salmo 133, la bendición (o la maldición) para una familia, un conglomerado de personas, una organización, una nación, comienza por la cabeza, el liderazgo. El justo obra justicia y sigue lo que lleva a la vida, por lo tanto, abre la puerta a la bendición y a la vida de quienes le siguen. El impío obra injusticia y sigue lo que lleva a la muerte (Prov 16:25), por lo tanto, abre la puerta a la maldición y a la muerte de quienes le siguen.

Cuarto: en Prov 29:2 se nos enseña que cuando los justos (los que siguen la justicia de Dios, la Palabra, los que tratan de ponerla por obra en todos los actos de su vida) dominan, el pueblo se alegra; más cuando domina el impío (el egoísta, el que no sigue la Palabra ni la pone por obra porque no la conoce, o no quiere ponerla por obra) el pueblo gime.

En consecuencia, si queremos tener los beneficios de la bendición de Dios sobre nuestras organizaciones familiares y sociales (empresa, nación, etc.), necesitamos procurar que las autoridades sean espirituales, personas justas que aman a Dios, le buscan y tratan de vivir de acuerdo a Sus principios y valores (no que sean perfectos, pero que en su vida manifiesten que procuran ser perfeccionados en el camino del Señor).

Nehemías, en el entendimiento de estos principios, buscó para la jefatura de la fortaleza (un alto puesto militar, equivalente al Ministerio de Gobernación o de la Defensa en el esquema de gobierno actual), un hombre que era varón de verdad y temeroso de Dios).



NEH 7:70. El privilegio y la gracia de dar.

Notese que Nehemías hace un énfasis en los distingos segmentos de la población que participó en ofrendar para la obra. Si las ofrendas no fueran importantes, no hubiera tomado espacio para escribir de ellas y no un versículo sino tres.

Por otro lado, si no fuera importante la segmentación para enseñarnos algo, tampoco lo hubiera hecho notar. Por lo tanto, necesitamos considerar que es lo que Nehemías, guiado por el Espíritu Santo nos quiere enseñar.

Primero: que los hechos de la vida, aún los naturales como construír un muro, no pueden desligarse de lo espiritual, las ofrendas. No podemos olvidar que entre lo natural y lo espiritual hay una relación de "espejo" (Heb 11:3) de tal manera que lo natural es reflejo de lo espiritual y viceversa (Mat 16:19).

Segundo: que la obra de Dios requiere la participación de todos, no solo en apoyo moral, de presencia, y de trabajo físico, sino también en razón del dar. Los recursos para la obra de Dios provienen de El, pero El los provee a través de las personas, de nosotros. Nosotros somos la respuesta de Dios para los recursos que se requieren en su obra. Y a través de tomar ese privilegio de ser la respuesta de Dios para las necesidades de Su obra, el nos bendice (Luc 6:38, Gal 6:7).

Tercero: si analizamos, en la segmentación que Nehemías hace aparece: el Gobernador (la autoridad natural), algunos de los cabezas de familia (no todos), y el resto del pueblo (todos los demás). Con ello nos está enseñando que nadie, por alta o baja posición que tenga, por mucho o pocos recursos que posea, debería quedar fuera de la bendición de ofrendar para la obra del Señor.

Cuarto: el acto de dar, aún los diezmos, no debe ser el resultado de una obligación ni de una imposición (2 Cor 9:7), sino el resultado del amor a Dios y la comprensión de que todo lo que somos, tenemos y debemos es gracia a Su misericordia y a Su amor hacia nosotros (Jn 3:27, Jn 15:5). Diezmar por obligación no hace nuestra justicia mayor que la de los fariseos (Mat 5.20), pero diezmar porque amamos a Dios por sobre todas las cosas, y por ello obedecemos la Palabra (Jn 14:21, Jn 14:23), es algo que agrada tremendamente a Dios y que atrae su bendición hacia nosotros (2 Cor 9:8)

Quinto: sin embargo, al hacer una separación del segmento de los cabezas de familia, dice que solo algunos de ellos participaron en esa bendición, igual que nos enseña en el capítulo 3 que algunos de ellos tampoco participaron en la obra de reconstrucción con trabajo físico (Neh 3:5). Participó todo el pueblo en la ofrenda pero no todos los cabezas de familia, los grandes. Muchas veces, los que más tienen, son los más aferrados a sus finanzas, manifestando con ello que en sus corazones existe un amor al dinero (codicia) que es la raíz de todos los males (1 Tim 6:10), y que les priva de las bendiciones espirituales como le sucedió al joven rico (Mat 19:16-30) que al estar aferrado a sus riquezas, a pesar de la promesa de Dios de que lo que El da El lo puede multiplicar al ciento, al sesenta y al treinta por uno (Mat 13:8, Mat 13:23), se privó de seguir al Señor, de ser su discípulo, por esa dependencia de las riquezas.

Este pasaje nos enseña a a examinar nuestro corazón (Sal 119:59) respecto a cual ha sido, es y será nuestra actitud ante los diezmos y las ofrendas de cualquier tipo que Dios nos da la oportunidad de dar y la razón por la cual lo hacemos, y si hay algo de mala actitud (que es resultado de la iniquidad) en nuestro corazón al respecto, lo llevemos delante del Señor para que El nos perdone y los limpie de toda maldad (1 Jn 1:9).







NEH 8:1. Mantenernos dándole la gloria a Dios.

Dios no esconde el hecho de que todo, hasta el dolor, es finalmente para gloria suya.
La idea de que Dios toma el crédito para sí es la única opción lógica. Y la única segura.
Cuando perdemos de vista el propósito definitivo de Dios, que es Su gloria, es inevitable que tratemos de reclamar para nosotros mismos lo que por derecho le corresponde.
• Una vez que cruzamos esa línea, hay un sentido en el que se vuelve un riesgo que Dios intervenga a favor nuestro.
• Hacerlo sería prepararnos el terreno para un nuevo pecado.
• Nuestro innato afán de aprobación, crédito, atención y gloria (Adán y Eva en el Edén) es lo que causa que muchos visionarios bien intencionados secuestren la visión de Dios para usarla en sus propios fines egoístas.
• Pronto, están disfrutando de la notoriedad y de las recompensas que acompañan al éxito.
• Y entonces, algo cambia. El líder desarrolla una amnesia espiritual y con el tiempo llega a sentir que es indispensable para la visión.
• Eso suele ir acompañado de una erosión del carácter y comienza a representar el papel de Dios.



NEH 8:1. Recordatorio de la fidelidad de Dios.

Es fácil olvidar la fidelidad de Dios manifestada en el pasado.
• Cuando se cruzan Su fidelidad y nuestra fe salimos de ese encuentro seguros de que nunca vamos a ser los mismos, y que nunca vamos a volver a dudar de El.
Sin embargo, el tiempo y las circunstancias tienen su manera de emborronar el pasado.
• Los nuevos retos hacen nacer nuevas dudas.
Por esta razón, necesitamos un registro escrito, un relato detallado de aquellos momentos en los cuales Dios actuó a favor nuestro.
• Necesitamos llevar un diario que sea la historia de nuestra vida con Dios.
• Es una forma de documentar las lecciones que Dios nos ha enseñado, así como las experiencias de las que nos ha sacado con bien.
Peor que olvidar, tenemos la tendencia a reinterpretar los acontecimientos del pasado.
• Cuando Dios parece distante, es fácil recordar los sucesos a los cuales les hemos dado una significación espiritual especial y preguntarnos si fue realmente de Dios lo que experimentamos.
• La intervención divina, cuando se reconoce, tiene por consecuencia una adoración auténtica y una obediencia absoluta.
• La intervención divina, cuando se recuerda, puede dar los mismos resultados.
• Escribamos nuestro diario y recordemos.
• Es más difícil discutir con nuestro recuerdo escrito que con nuestra memoria olvidadiza.



NEH 8:3. Escuchar con atención la Palabra de Dios.

La Palabra de Dios necesita penetrar profundamente en nuestro ser interior para que de fruto abundante.
• Y para que penetre en nuestro ser interior, el primer paso es escucharla con atención.
• Por tal motivo, este pasaje insiste tres veces en la atención, en estar atentos, a la proclamación de la Palabra de Dios (Neh 8:3, 8:5, 8:7). Y el número tres es el número de la perfección.
• Para que la Palabra haga su obra perfecta en nosotros requerimos poner atención.
• Tres son los que dan testimonio en el cielo: El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (1 Jn 5:7)
• Jesús insiste varias veces que el que tiene oídos para oír, que oiga (Mat 11:15, Mat 13:9, Mat 13:43, Mar 4:9, Luc 8:8, Luc 14:35, Apo 2:7, Apo 2:11, Apo 2:17, Apo 2:29, Apo 3:6, Apo 3:13, Apo 3:22) y se lo dice principalmente a la iglesia de los últimos tiempos (las siete cartas a las siete iglesias de Apo 3 y 3).. Esto no era una redundancia, sino una prevención: que podemos escuchar sin atención, sin que el escuchar nos aproveche para nada (Heb 4:2, Sant 1:23-25).

La parábola del sembrador (Mat 13.1-9, Mat 13:18-23, Mar 4:1-20) nos enseña los distractores de nuestra atención:
• Primero: la falta de atención simple.
• Segunda: la falta de atención después de escuchar para consolidar esa Palabra en nuestros corazones, provocando que a la primera prueba que nos venga con respecto a ella (y es seguro que tarde o temprano nos va a venir), la abandonemos, no la consideremos, la hayamos olvidado.
• Tercera: la falta de prioridades correctas para mantener nuestra atención concentrada en ella, y el permitir que los distractores de la vida cotidiana tomen nuestra atención en lugar de mantenerla en la Palabra.

La buena tierra para la Palabra es aquella persona que oye, la retiene y medita en ella para entenderla, y, finalmente, la pone por obra (Mat 13.23). Esa persona es la que va a recibir mucho fruto de ella. Para lograr la atención requerida y el aprovechamiento de la Palabra en toda su dimensión, necesitaríamos hacer tres cosas.
• Prepararnos antes de escucharla, para tener nuestra atención concentrada en ella y que nuestro corazón esté disponible, anhelante, de recibirla (Sal 42.1).
• Escucharla con atención (y si posible, anotándola), y no permitiendo que nada nos distraiga de escucharla. Esas notas iniciales nos van a permitir recordarla para entrar en la siguiente etapa del proceso, después de haberla escuchado.
• Posteriormente, retenerla meditando en ella de día y de noche hasta entenderla totalmente y saber las áreas de nuestra vida para su aplicación, y aplicándola.
La Palabra de Dios nos enseña, nos redarguye, nos corrige y nos instruye (2 Tim 3:16) pero para que ello suceda, necesitamos concentrar nuestra atención en ella hasta extraer toda la riqueza que esa Palabra pueda tener para nosotros en ese tiempo.



04 Jul 2012