Estudio Bíblico

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Módulo 203. Espíritu de la religión.



ALGUNAS ACCIONES ESPECÍFICAS DEL ESPÍRITU DE LA RELIGIÓN HOY (2).



Afiliación y/o membresia denominacional.

Parte del éxito que pueda lograr el espíritu de la religión está en el hecho de mantener a los y las creyentes dentro del engaño que ha tejido para neutralizar el poder y la acción transformadora de la Iglesia. Entonces, para que una persona no se mueva de un odre viejo a un odre nuevo, parte de la estrategia del espíritu de la religión es que la identidad cristiana de las personas esté condicionada consciente o inconscientemente a su afiliación, membresía y/o alineación a una específica iglesia o denominación, o a la tradición heredada de sus ancestros, como lo hizo, con relativo éxito, en el tiempo de Jesús con los religiosos de su tiempo (los fariseos).

Mar 7:5. "¿Por qué tus discipulos no andan conforme a la tradición de los ancianos?"

Mar 7:9 "Bien invalidáis el mandamiento de Dios para guardar vuestra tradición."


A ese nivel, la estrategia del espíritu de la religión es arreglárselas para desarrollar atracciones o argumentaciones que mantengan a los miembros dentro de la estructura, algunas de la cuales, intencional o inconscientemente, son:
• El retiro de la iglesia o la denominación equivale a perder la salvación, como si la salvación fuera un beneficio que da la iglesia y/o denominación, y no el Señor por su Gracia.
• La defensa de una supuesta “herencia familiar” (mis abuelos pertenecieron a esta iglesia o denominación, mis papás también, y yo también moriré perteneciendo a ella. Ello en la práctica es idolatría)
• El mantenimiento de las relaciones sociales establecidas bajo la sombra de la iglesia o denominación, que al momento del retiro se van a perder (una especie de castigo por retirarse).
• Quedarse sin credencial ministerial como si la credencial fuera la autorización de Dios para ejercer el ministerio, y como si quién llamó fue la iglesia o denominación y no Dios.
• Quedarse sin los recursos ministeriales (edificio, muebles, etc.).
• La pérdida del “empleo” y de “fondos de retiro”, y con ello, la inseguridad del sostenimiento familiar (la iglesia o denominación se equipara con el Proveedor que es nuestro Padre, lo que en la práctica significa una idolatría).
• El desarrollar la identidad de la persona asociándola a formar parte de la iglesia o de la denominación, y no en Cristo..
• Hacer equivaler el retiro de una iglesia o denominación a levantar la mano contra el “ungido” de Dios, al pecado de rebelión, a la deslealtad (en la práctica, esa presión implica aceptar las normas institucionales o de los líderes como la palabra infalible de Dios, en contra del principio de retener lo bueno y desechar lo malo).

Es interesante recordar algo que siempre ha pasado a lo largo de la historia de la iglesia: todos los hermanos en Cristo que Dios ha usado de alguna manera como reformadores en su tiempo (los apóstoles, los reformadores, los pentecostales) originalmente nunca tuvieron la intención de formar una nueva iglesia o institución, sino que surgieron y desarrollaron, por lo menos inicialmente, su actividad reformadora con el buen deseo de quedarse en el odre viejo y transformarlo, restaurarlo, reformarlo desde adentro. Sin embargo, en una gran cantidad de situaciones, han terminado por salir de él ante la imposibilidad de cumplir con el propósito de Dios para sus vidas y seguir el nuevo mover que Dios está levantando.

Cuando Dios nos está llamando a una reforma profunda, a una renovación del odre en el que hemos estado recibiendo el vino del Espíritu Santo, aunque ello necesita ser hecho y asumir posiciones radicales muchas veces, no implica que tengamos el “derecho” de rebelarnos y de destruir lo que otros han levantado. Todo debe ser hecho con amor, hablar la Verdad en amor, amar a los hermanos y hermanas, aún cuando permanezcan en el odre viejo (Dios también los ama y murió por ellos). Sin embargo, también hay necesidad de considerar que eventualmente, el quedarse adentro puede constituir un apoyo para que el espíritu de la religión se afiance y el nuevo mover de Dios, paulatinamente, por la vía de la condescendencia, se vaya minimizando, hasta desaparecer. Necesitamos recordad que el espíritu de la religión tiene por lo menos seis mil años más de experiencia que cualquier ser humano (por lo menos hace su entrada manifiesta en la escena bíblica con Babel, aunque seguramente operaba también con anterioridad).

En las familias es un hecho evidente que por el efecto de la herencia natural de los padres los hijos reciben no solamente un ADN físico, sino también un ADN emocional (patrones de conducta) y también un ADN espiritual: Dios visita la maldad de los padres sobre los hijos (Num 14:18), así como también la fe en El (Isa 59:21). De la misma manera sucede en las organizaciones: el Sal 133 nos enseña que la bendición (o la maldición) entra por la cabeza (el principio de la cobertura: el discípulo es como su maestro, Luc 6:40; como el sacerdote, el pueblo, Ose 4:9; como el gobernante, sus súbditos).

La afiliación a un odre viejo donde se mueve un espíritu religioso puede dar lugar a establecer consciente o inconscientemente, una alianza con el espíritu de la religión que está metido en su ADN y ese ADN se introduce en la persona que ha hecho esa alianza (cuando hay una identificación, defensa y sujeción a la religiosidad, a la tradición, a las normas internas, más que a la Palabra de Dios y a la dirección de Dios). Cuando ello sucede, ya que el espíritu de la religión es una entidad demoníaca, esa alianza se convertiría de hecho en una alianza impía cuyos resultados serán la sugestión, la fascinación, la opresión, el levantamiento de argumentos basados en verdades a medias (mentiras) que se convertirán en argumentos que establecerán fortalezas que impedirán el desarrollo del conocimiento de Dios y de la obediencia a Dios, y por ende, la bendición abundante de Dios, el cumplimiento de Su propósito y plan para la persona, etc. Las personas, a pesar de sus buenas intenciones, más temprano que tarde, gradual pero definitivamente, se verán imposibilitados de cumplir con el destino que Dios ha trazado para ellas. Por ello Jesús fué categórico: “el vino nuevo no se pone en odres viejos, tienen que ser nuevos (no dijo renovados), y el remiendo nuevo no se pone en pantalón viejo (Luc 5:36-39).

Cuando las personas están sugestionados, fascinadas y/u oprimidas por un espíritu religioso, llegará el momento en que lo nuevo no será compatible con lo viejo, no se pueden conciliar, no porque Dios no lo quisiera, sino por la "naturaleza humana no renovada". A pesar de estar indicado (ordenado) en la Escritura, es una experiencia frecuente que los odres viejos no se renuevan, y peor aún, la experiencia demuestra que a menor antigüedad del odre, más su oposición a lo nuevo (no quiere perder la preeminencia que tenía hasta antes de aparecer el nuevo odre o no ha perdido el temor al cambio, a lo nuevo; prefiere aferrarse a la seguridad de lo viejo conocido que a lo nuevo por conocer). Es un hecho del que la historia de la iglesia da cuenta, que los odres que en su momento fueron odres nuevos, en el siguiente mover “nuevo” del Espíritu Santo, son los más férreos opositores a ese mover, porque no quieren perder la preeminencia que obtuvieron en su momento.

Por otro lado, los odres ya viejos, ya demostraron su resistencia al cambio, en el mover anterior, y por lo tanto, difícilmente van a cambiar (si no cambiaron antes --un cambio menos radical-- menos ahora, que tendrían que echar marcha atrás a sus argumentos con los que se opusieron a los cambios anteriores, además de aceptar los nuevos cambios).

En resumen, si Dios nos está llamando a un cambio, a ser un odre nuevo para un nuevo mover de Dios, necesitamos, en primer lugar, estar seguros que es el Espíritu de Dios quién está dirigiendo ese cambio, aunque todo a nuestro alrededor apunte a lo contrario. Recordemos que los hijos de Dios somos guiados por Su Espíritu (Rom 8:14-16). En segundo lugar debemos armarnos con el Amor y la Verdad que Dios ha derramado en nuestros corazones para caminar con ambos de la mano. Una Verdad expresada sin Amor puede ser más dañina que el hecho de que la persona permanezca en el odre viejo. Y principalmente, no hay que perder de vista el hecho de que aún siendo odres viejos, Dios los ama, Cristo dio su vida por ellos y solo El puede cambiar el corazón y moverlos a renovarse y convertirse en odres nuevos. Por lo tanto, nosotros necesitamos seguir amándolos, respetándolos, apreciándolos y agradeciendo su contribución a nuestro desarrollo en la vida cristiana, porque si ellos no hubieran abierto la brecha en su momento, nosotros no hubiéramos alcanzado lo que Dios nos ha permitido alcanzar sobre la base de lo que ellos construyeron y enseñaron. Una reforma impulsada sin Amor, aunque sea verdadera, probablemente se va a convertir en una guerra y en un desastre, con muchas pérdidas importantes, que no son el propósito de Dios.



El "pacifismo" dentro de la iglesia.

Como la religión o la religiosidad es la hija del espíritu de la religión, y el espíritu de la religión es un espíritu demoníaco, entonces parte del efecto de su obra es tratar de “meter” a la iglesia en un “pacifismo”, “neutralidad” o “pasividad” en la guerra contra los demonios. Recordemos que parte del carácter de la Iglesia es el carácter guerrero, invasivo, en contra del diablo y de las huestes espirituales de maldad (2 Cor 10:4-6, Efe 3:8, Efe 6:10-18) que roban, matan y destruyen a las personas a nuestro alrededor, nuestras comunidades y ciudades y nuestras naciones. Para ello utiliza una serie de argumentos que van desde la negación total hasta la aceptación parcial de la existencia de los demonios y de la necesidad de hacer guerra contra ellos. A continuación haremos una breve reseña de los argumentos del espíritu de la religión, desde el más burdo hasta el más sutil, que forman parte de su arsenal de estrategias que emplea para “bajar” a su mínima expresión ese carácter agresivo, invasivo, guerrero de la iglesia es hacer pasar inadvertido al mayor grado posible al diablo, a sus principados y potestades (entre los que está el espíritu de la religión) y las huestes espirituales de maldad, para que no sean derrotados, evitar que la gente de Dios los combata y que no se involucren en la guerra espiritual.

El más burdo de sus argumentos el de la negación, que implica negar su propia existencia y la del diablo y los demonios. Pretenden hacer creer que son invenciones de la imaginación, mitos, fábulas, etc., y no entidades que hay que enfrentar y vencer. Hacer creer que son solo “figuras” para representar influencias malignas de las personas y/o de las estructuras injustas, que no requieren la necesidad de declararles la guerra por ser inexistentes o figuras de la imaginación. Con ello también, como producto adicional, el espíritu de la religión logra levantar la oposición o desinterés por el ministerio de liberación y/o de la consejería, destinados a liberar a los creyentes de las ataduras y opresiones demoníacas.

El siguiente argumento es el de la anulación de los dones y ministerios, principalmente aquellos que van dirigidos específicamente a combatirlos directamente. Esta es la enseñanza del “cesacionismo”, que pretende defender el hecho de que hay dones (la mayoría) que ya no están en operación dentro del Cuerpo de Cristo, que solo eran para el tiempo de Jesús y/o de los apóstoles. Una iglesia despojada de sus dones es como un soldado que va a la guerra sin armas. Está inutilizada. Como parte de esta doctrina está el intento de pretender neutralizar al Espíritu Santo, en cuanto el dador del poder, los dones y la dirección para la guerra espiritual.

También esta la promoción de la posición “pacifista” que sostiene que, aún cuando los demonios y Satanás son reales, hay que ignorarlos, no hay que ponerles atención, así ellos no nos ponen atención tampoco a nosotros, promoviendo una “paz” que implica la ausencia de conflicto, que es muy atrayente para muchos considerando que la guerra es bastante incómoda. Este argumento también pretende hacernos creer que los demonios no van a molestar, o van a molestar menos, a aquellos que no están involucrados en una posible invasión a su reino de tinieblas.

Si no tiene éxito con ninguno de los anteriores entonces el argumento que el espíritu de la religión utiliza para evitar que los y las creyentes vayan a la guerra contra los espíritus inmundos y los derroten es el de que la guerra espiritual es solo para super-especiales, super-espirituales, que no es para cualquiera, y por lo tanto, mejor no meterse uno contra los demonios y dejárselo solo a esos hombres y mujeres especiales que si pueden en contra de ellos. Con ello, el espíritu de la religión logra que los y las creyentes tengan un inferior concepto de la autoridad bíblica, tanto de la Palabra como de ellos, del que deberían tener.

Otro argumento que utiliza es el de la franca oposición a que los creyentes puedan ser demonizados (no poseídos pero si atacados, oprimidos, sugestionados, dirigidos por demonios), con lo cual busca hacer inoperante esta tarea, y prolongar los lazos que les permiten tener atadas a las personas.

Finalmente, antes de darse por vencido, va a utilizar el argumento de la guerra espiritual en el nivel básico. Este argumento busca sostener que a los y las creyentes, el Señor Jesucristo solo nos ha dado una autoridad limitada en el mundo invisible, que se circunscribe a echar fuera demonios de las personas. Fuera de ese nivel creen que no tenemos ninguna autoridad adicional. Esta posición en realidad representa un movimiento de guerra espiritual que eventualmente puede hacer o hacen el mismo daño a la iglesia y a nuestras ciudades y naciones que los diez espías le hicieron a Israel cuando se opusieron a la invasión de la tierra prometida: impedirle a la Iglesia que cumpla con el propósito de Dios de conquistar nuestras naciones, manteniéndola limitada, escasa, asustada, y robándole las bendiciones que El tiene para ella e impidiéndole alcanzar su destino de liberación, transformación, bendición y prosperidad de nuestras naciones para la gloria de Dios y la bendición de todos sus habitantes (Gen 12:1-3, Rom 8:19-21),

Al respecto de todos esos argumentos, mencionemos algunas de las cosas que las Escrituras afirman y nos enseñan claramente.
UNO. Tenemos guerra contra huestes espirituales de maldad y por ello necesitamos ponernos toda la armadura de Dios, y no solo ponérnosla, sino estar adiestrados en su uso, para defendernos de todos los ataques del maligno (Efe 6:10-18). Además Jesús nos dio autoridad y poder para luchar en contra de los demonios echándolos fuera (no dice que solo y exclusivamente de personas) sino de todo lugar donde se encuentren, desde las personas hasta las naciones (Mat 28.18-20, Hch 1:8, Mar 16:15-18).
DOS. No podemos ignorar las maquinaciones del diablo (y de los demonios) en ninguna de las áreas y ámbitos de la vida. Somos sus enemigos, al igual que los que no son creyentes, y su fin último, aunque no lo logre plenamente, es robarnos, matarnos y destruirnos a todos (creyentes y no creyentes, sin excepción; el odia a toda la humanidad en general) (2 Cor 2:11).
TRES. Dios no es un Dios de retroceso sino de avance. Por lo tanto, si Dios dio algo en alguna época, no lo va a quitar en la siguiente, lo va a mantener, y si posible, lo va a incrementar (Prov 4:18, Hag 2:9), de tal manera que si en el pasado (la Iglesia del Libro de los Hechos) Dios impartió dones del Espíritu Santo como armas de poder para serle testigos y para librar la guerra espiritual en contra de los demonios, iría contra Su naturaleza que hoy ya no los estuviera distribuyendo a Su Iglesia, principalmente que hoy son más necesarios que nunca cuando se están acercando los últimos tiempos, además de que la Biblia dice que antes de la venida de Cristo serán restauradas todas las cosas (lo que incluye el lugar tan importante y esencial que ocupa el Espíritu Santo en la vida de los creyentes y en la guerra espiritual, y los dones tan necesarios para combatir la maldad en todas sus manifestaciones y librar la guerra espiritual, Hch 3:21).
CUATRO. Los demonios y satanás son reales tal como nos lo enseña el Señor Jesucristo. El tuvo un encuentro real (no imaginario) con el diablo que trató de tentarlo en el desierto para que desistiera de Su misión que implicaba la derrota del diablo y de los demonios, así como también la tuvo con muchos demonios a lo largo de su ministerio terrenal, y esos demonios tampoco fueron imaginarios. Por otro lado, las Escrituras también nos enseñan que los creyentes pueden ser demonizados (guiados, oprimidos, controlados, sugestionados y/o fascinados por demonios) tal el caso de Pedro cuando después de reconocer a Cristo como el Mesías y Señor, lo tienta para no dejarse llevar a la Cruz (Mat 16:23), Ananías y Safira cuando intentaron engañar a la Iglesia con respecto al monto de la venta de su propiedad (Hch 5:3) o el caso de Simón el mago que trató de comprar los dones (Hch 8:9-24).



04 Feb 2012