Estudio Bíblico

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Módulo 212. Reyes y Sacerdotes.



La necesidad de asumir nuestro papel de reyes y sacerdotes.


Nuestra vida: dos dimensiones.

Del concepto de Reino y de las desviaciones que respecto a este concepto han inundado la doctrina y el quehacer de la iglesia, deviene la necesidad de que recuperemos y asumamos de manera impostergable nuestra calidad de reyes y sacerdotes en todo lo que hagamos, en todas las áreas de nuestra vida y en todos los lugares y momentos en que estemos. La calidad de reyes y sacerdotes va con nosotros, así como va la presencia de Dios con nosotros, a todo lugar y en todo momento de nuestra vida, no solo cuando estamos en la iglesia o cuando tenemos una necesidad o un deseo, sino en todo momento, permanentemente, desde ahora y para siempre (Sal 121).

En cualquier lugar en el que estemos, siempre tendremos dos tipos de actividades: unas relacionadas con el mundo espiritual que se refieren a la comunión con el Señor a la ministración a El como sus hijos y sus adoradores (Jn 4:23), la búsqueda de la dirección específica que Él quiere que tomemos en cada asunto como nuestro Rey y Señor y la ministración a su pueblo presente y futuro, además de otras tareas espirituales que realizamos (renovación de la mente, recibir revelación, hacer guerra espiritual, intercesión, etc.) que corresponde a la dimensión sacerdotal; y otra que tiene que ver con la administración de los recursos de todo tipo, que son de Dios y que El pone en nuestras manos, y el cumplimiento del deseo de Dios de ver la restauración, no solo de sus hijos e hijas, sino de su Creación natural, tareas todas que corresponde a la dimensión de reyes (mayordomos y administradores) de nuestra identidad en Cristo.

En cualquier actividad o función que tengamos en la vida necesitamos tener comunión con el Señor y ministrarlo, por el hecho de ser sus hijos, necesitar de sus enseñanzas y de su guianza (dimensión sacerdotal), y además necesitamos administrar y restaurar las cosas a nuestro alrededor: relaciones, personas, bienes, dinero, etc. (dimensión de reyes). Y ello independientemente del lugar donde ejerzamos nuestras actividades.

Por ejemplo: un pastor, por el hecho de ser pastor necesita la comunión con Dios y ministrarlo a El para obtener de El todo lo que requiere para desarrollar su oficio con las personas, pero igualmente tiene que administrar el edificio, los colaboradores, los bienes y las finanzas de la iglesia, lo que implica que es un rey y sacerdote en la iglesia. Por el otro lado, un empresario, como hijo del Señor necesita tener comunión con El y ministrarlo, además de que como administrador de la propiedad del Señor (la empresa) necesita obtener de El Sus planes para ella y la sabiduría, el conocimiento y la inteligencia que solo El Señor posee para dirigirla.

En ambas actividades, cada uno de ellos está desarrollando la dimensión sacerdotal de su calidad delante del Señor. Pero por otro lado, también necesita administrar relaciones, personas, bienes y finanzas, desarrollando la dimensión de rey de su calidad como creyente. Si analizamos objetivamente el asunto, resulta que en ambos lugares de trabajo, y en todos los demás que se nos puedan ocurrir, necesitamos de ambas dimensiones: reyes y sacerdotes, y en la misma medida.

Ello es así porque nosotros, por decisión del Señor y por efecto de la nueva vida que El nos da, y como sus herederos (por ser hijos) y sus colaboradores en la construcción del Reino, a partir del momento en que El nos salva, nos movemos en las dos dimensiones de lo creado: el mundo espiritual y el mundo natural:

“Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo;” (Filip 3:20).

“Yo les he dado tu palabra; y el mundo los aborreció, porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. Santifícalos en tu verdad; tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los he enviado al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad.” (Jn 17:14-19).

El oficio de los reyes es el de gobernar y administrar las cosas terrenales (lo natural) en tanto que el de los sacerdotes es el de administrar las cosas celestiales (lo espiritual) para la extensión de Su Reino en ambas dimensiones. Y en cualquier ámbito y actividad que desarrollemos, si las queremos hacer con éxito, eficiencia y eficacia (no de acuerdo a los conceptos que el mundo tiene de esas cualidades, sino de acuerdo a lo que Dios piensa y espera de nosotros), ambas dimensiones deben estar presentes para mantener el equilibrio y que Dios sea glorificado en ese ámbito y actividad.


Una nota de corrección.

Por muchos años, la enseñanza dentro del Cuerpo de Cristo al respecto ha sido (cuando ha habido) la de que o somos reyes o somos sacerdotes. Y ello ha sido fuente de muchos problemas, algunos de los cuales son los siguientes:

a) En muchas organizaciones ministeriales, por no considerar la dimensión de reyes, la organización y la administración de la misma se caracteriza por diferentes grados y niveles de desorden, en algunos o todos de los siguientes aspectos: no tienen personería jurídica ni escritura constitutiva (lo cual jurídicamente la hace inexistente), no hay estados financieros (balance general y estados de resultados) ni libros contables básicos ni control de ingresos y gastos; no poseen registros tributarios (lo que les puede ocasionar multas y hasta cierre de las instalaciones), no tienen registro de los bienes, mobiliario, equipo, enseres, etc., que son propiedad de la organización, no hay una organización administrativa definida ni tareas específicas para cada miembro del equipo, no hay políticas y normas definidas, no hay planes para el crecimiento (debe haber crecimiento porque Dios es un Dios de crecimiento, tanto cualitativo como cuantitativo), etc.

b) Muchos empresarios, por el contrario, pueden tener sus empresas muy ordenadas (lo cual es también un poco difícil de encontrar), pero como solo se ven en la dimensión de reyes, no tienen una vida espiritual fructífera y en creciente desarrollo, y peor aún, en muchos casos la vida espiritual es casi inexistente, lo que les lleva en sus empresas, a seguir sus propios caminos (cuyo fin es muerte) y enfrentar múltiples problemas y fracasos por no considerar la dimensión sacerdotal en su oficio de empresarios. Es más, no consideran ninguna de las armas espirituales, como armas a aplicar en el negocio de manera persistente y permanente, sino solo cuando tienen problemas, apuros o necesidades extremas (si es que recurren a ellas). Cuando hablamos de esas armas nos referimos a la aplicación de los principios bíblicos en la empresa, la oración, el ayuno, la intercesión, el diezmo y las ofrendas empresariales, el perdón, etc.

c) En algunas iglesias, porque las personas dedicadas al trabajo y los negocios, por el tipo de actividades que realizan, no pueden estar presentes en todas las actividades eclesiásticas, entonces son tildadas de mundanas, poco espirituales, carnales, etc., atrayendo hacia ellas condenación y culpabilidad, frustración, decepción, desánimo y hasta separación de la iglesia y decaimiento de la vida espiritual en algunos casos, y en otros, descuido de sus actividades laborales para satisfacer la presión del grupo eclesial.

Aún cuando podamos creer que por los dones que el Señor nos ha dado, el lugar donde nos ha puesto y el llamado que ha hecho a nuestras vidas, ejercemos mayormente una de los dos calidades más que la otra, eso simplemente es por una decisión nuestra o por una cuestión cultural, porque en el plan del Señor para sus hijos ello no está considerado de esa manera y mucho menos tiene por que ser así.

El hecho de que uno de ellos esté menos activado que el otro (o hasta desactivado), es nuestra decisión y voluntad, pero no es la voluntad de nuestro Padre. En cualquier circunstancia y momento, ambos deben estar activados; es más, tenemos una necesidad (aunque muchas veces pareciera que no la percibimos así) de que ambos estén activados al 100% para glorificar a Dios en el 100% de los casos y actividades que realizamos (que debería ser la meta de la vida de todo creyente de acuerdo a lo que dice Jn 15:8 y Jn 15:16). La unción que Dios nos da para ejercer un oficio, ya sea en el ámbito eclesiástico o en el ámbito secular implica la habilitación de los dones relacionados con la calidad de reyes (administración de las cosas naturales) así como los dones relacionados con la calidad de sacerdotes (administración de las cosas espirituales)

El llamado a desenvolvernos en esas dos calidades (reyes y sacerdotes) está en cada creyente (hombre o mujer, joven o adulto) desde el momento mismo en que recibimos a Jesús en nuestro corazón, y es un ministerio y un llamado de tiempo completo, sea que nuestra actividad la realicemos en la iglesia o fuera de ella en la vida secular. Pero muchos, por falta de conocimiento o prejuicios y paradigmas equivocados, no aplican esas calidades en toda su plenitud y como consecuencia se sienten frustrados o expectantes, porque a pesar de saber en sus corazones que tienen un llamado de tiempo completo para servir al Señor, no han recibido el llamado a trabajar a tiempo completo en la iglesia local sino en la vida secular, y como no lo ven como un ministerio (que si lo es) entonces caen presas de la decepción, el desánimo, la frustración, etc. Eso me sucedió a mi durante los primeros años de mi vida como creyente, porque no entendía que Dios tenía un llamado y dones para cada uno de nosotros para servirle y ministrarle a El y a las personas, en nuestras actividades “seculares”. En ese tiempo, según yo, por mis paradigmas eclesiásticos y la tradición religiosa, ministerio era solo trabajar de tiempo completo en la iglesia.

La iglesia tiene sentada en sus bancas, a la mayor fuerza ministerial jamás pensada: cientos y miles de ministros y ministras de Dios, llamados y equipados con dones por El, para alcanzar a los perdidos y discipular a las personas, las organizaciones y las naciones y traerlos bajo la autoridad del Reino de Dios, transformando naciones enteras para la gloria de Dios que es lo que persigue el mandato de la Gran Comisión que Dios nos entregó a la Iglesia (Mat 28:18-20). Y no los ha activado al ministerio y a caminar en el llamado y los dones que Dios ha puesto en ellos por falta de entendimiento y conocimiento acerca de lo que significa ministerio y ministro, confundiendo algunos oficios (solo algunos) con ministerio, lo cual no tiene ninguna base en la Biblia, por cuanto a los oficios de apóstol, profeta, evangelista, pastor y maestro, la Biblia no los denomina específicamente ministerios (Efe 4:11) más bien los llama dones (Efe 4:8). Esta falta de conocimiento ha traído ineficiencia, frustración, desánimo, tradición, etc., ocurriendo con ello lo que la misma Palabra menciona:

“Mi pueblo fue destruido, porque le faltó conocimiento.” (Oseas 4:6).

Pero este es el tiempo destinado por Dios para activarlos, el tiempo de despertar y enviarlos a producir en el Nombre del Señor, el más grande movimiento evangélistico y discipulador y el más grande avivamiento de la historia. Es el tiempo de restaurar el llamado ministerial de Reyes y Sacerdotes de todos los creyentes:

“Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio, y él envíe a Jesucristo, que os fue antes anunciado; a quien de cierto es necesario que el cielo reciba hasta los tiempos de la restauración de todas las cosas, de que habló Dios por boca de sus santos profetas que han sido desde tiempo antiguo. (Hch 3:19-21).

Ciertamente, de acuerdo a lo que dice la Palabra de Dios, el Señor Jesucristo no va a volver a la tierra antes de que se produzca tal mover, y este es el tiempo, porque la venida del
Señor ya está cerca.

“Después de estas cosas, designó el Señor también a otros setenta, a quienes envió de dos en dos delante de él a toda ciudad y lugar adonde él había de ir. Y les decía: La mies a la verdad es mucha, mas los obreros pocos; por tanto, rogad al Señor de la mies que envíe obreros a su mies.” (Luc 10:1-2).

“Recorría Jesús todas las ciudades y aldeas, enseñando en las sinagogas de ellos, y predicando el evangelio del reino, y sanando toda enfermedad y toda dolencia en el pueblo. Y al ver las multitudes, tuvo compasión de ellas; porque estaban desamparadas y dispersas como ovejas que no tienen pastor. Entonces dijo a sus discípulos: A la verdad la mies es mucha, mas los obreros pocos. Rogad, pues, al Señor de la mies, que envíe obreros a su mies.” (Mat 9:35-38).

Delante de nosotros está el mayor ejército de obreros y siervos, reyes y sacerdotes, que el Señor haya tenido nunca. Solo necesitamos levantarlos de sus asientos, despertarlos y activar sus llamados y dones y enviarlos a conquistar sus actividades, sus organizaciones, sus comunidades y ciudades y sus naciones. La cosecha está lista para ser levantada para la Gloria del Señor.

“El que tiene oídos para oír, oiga.” (Mat 13:8).




25 Ene 2012