Estudio Bíblico

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Módulo 102. Paternidad y amor de Dios.



LOS PADRES COMO MENSAJEROS.


Cuando Dios creó a Adán y Eva, El personalmente asumió para ellos el rol de Papá, de Padre, siendo para ellos el modelo a partir del cual Adán debía seguir en su paternidad hacia sus hijos, y ellos a su vez con sus hijos y así sucesivamente.

En ese momento Dios instituyó la especie humana y determinó el modelo de concepción, nacimiento y crecimiento de los seres humanos a partir de Adán y Eva en una familia, diseñando el proceso de tal manera que comenzáramos como seres totalmente dependientes y vulnerables, para que nuestros padres suplieran esas necesidades como una figura de la provisión de todas nuestras futuras necesidades por nuestro Padre Dios.

El determinó que la familia humana fuera el modelo de Su amor, y que en el interior de ella el niño y la niña fueran creados en un ambiente de amor y seguridad para que pudieran crecer y desarrollarse sintiéndose comprendidos, amados y aceptados, como Dios quiere hacer sentir a sus hijos e hijas. Ese ambiente y ese modelo fue con el que rodeó y creó a Adán y Eva y es el ambiente del que nuestro Papá Celestial nos quiere rodear a sus hijos cuando le entregamos nuestras vidas. Con una crianza y rodeado de un ambiente de ese tipo es obvio que los pequeños tendrían que desarrollar una autoestima saludable y verse a sí mismos como deseados, importantes, valiosos y buenos, que son los ingredientes de la autoestima que nuestro Abba Padre quiere que nosotros experimentemos y vivamos como miembros de su familia.

De hecho, en el Antiguo Testamento, los padres eran los responsables de la transmisión de la imagen de Dios a los hijos, a través del proceso de educación, enseñanza y aprendizaje. Esto se evidencia claramente en el Libro de Proverbios, escrito bajo la inspiración de Dios por un padre que se dirige a su hijo para dejarle un testimonio de todos los principios que él le enseñó para que le fuera bien en la vida. En Deuteronomio encontramos también la ordenanzas que Dios a través de Moisés le diera a su pueblo, Israel, antes de entrar en la Tierra Prometida:

“Estos, pues, son los mandamientos, estatutos y decretos que Jehová vuestro Dios mandó que os enseñase, para que los pongáis por obra en la tierra a la cual pasáis vosotros para tomarla; para que temas a Jehová tu Dios, guardando todos sus estatutos y sus mandamientos que yo te mando, tú, tu hijo, y el hijo de tu hijo, todos los días de tu vida, para que tus días sean prolongados. Oye, pues, oh Israel y cuida de ponerlos por obra, para que te vaya bien en la tierra que fluye leche y miel, y os multipliquéis como te ha dicho Jehová el Dios de tus padres. Oye, Israel: Jehová nuestro Dios, Jehová uno es. Y amarás a Jehová tu Dios de todo tu corazón, y de toda tu alma, y con todas tus fuerzas. Y estas palabras que yo te mando hoy, estarán sobre tu corazón, y las repetirás a tus hijos, y hablarás de ellas estando en tu casa, y andando por el camino, y al acostarte, y cuanto te levantes. Y las atarás como una señal en tu mano, y estarán como frontales entre tus ojos; y las escribirás en los postes de tu casa, y en tus puertas. (Deut 6:1-9).

Además de todos los beneficios puramente terrenales de la paternidad (amor, autoestima, seguridad, instrucción, pertenencia, entrenamiento, instrucción, etc.), la razón por la cual la paternidad era sumamente importante y Dios la diseño de esa forma, fue porque ella iba a modelar en nosotros un tipo de relación con nuestro padre terrenal, que posteriormente íbamos a replicar con nuestro Padre Celestial.

Con Dios como nuestro Padre Celestial, por lo menos en las etapas iniciales de nuestra relación con El, en lo que nuestra mente es renovada y nuestras emociones y corazón sanados, nos vamos a relacionar copiando la forma de relación que teníamos con nuestro padre terrenal, fuera buena o fuera mala.

Esa es una de las razones por las cuales el diablo, desde siempre, desde el mismo inicio de la raza humana (Adán y Eva, Caín y Abel), ha hecho todo lo posible por destruir las familias y principalmente, la paternidad, al punto de que para muchas personas la sola mención de papá o padre provoque una respuesta cargada de rechazo, enojo y resentimiento, y cuando se trata de la mención del Padre Celestial estas personas heridas optan por ignorar o negar la existencia de ese Padre. En el mejor de los casos se quedan con Dios y desechan al Padre.

También, nuestras experiencias con la gente en todos los tipos de interrelación social a la que hayamos sido expuestos, nos ha enseñado que la palabra no tiene valor porque lo que prometen y lo que recibimos de cumplimiento no siempre es lo mismo, volviéndonos escépticos, desconfiados, incrédulos, cautelosos con las personas. Y para algunos, quizá muchos más de lo que nos imaginamos. el pensamiento de confiar en un Padre Celestial es doblemente difícil debido a que su padre terrenal los engaño, los rechazó, los maltrató, etc.

Pero Dios no está ni ha estado nunca cruzado de brazos en cuanto a esos efectos desagradables de la paternidad sobre la relación con sus hijos. El envió a Jesucristo precisamente para dar paso a la restauración y desarrollo de esa relación.

“Mas a cuantos lo recibieron, a los que creen en Su nombre, les dio el derecho de ser hijos de Dios. Estos no nacen de la sangre, ni por deseos naturales, ni por voluntad humana, sino que nacen de Dios.” (Jn 1:12-13).

“Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios. Y ustedes no recibieron un espíritu que de nuevo los esclavice al miedo, sino el Espíritu que los adopta como hijos y les permite clamar: “¡Abba! ¡Padre!” El Espíritu mismo le asegura a nuestro espíritu que somos hijos de Dios. Y si somos hijos, somos herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, pues si ahora sufrimos con El, también tendremos parte con El en su gloria.” (Rom 8:14-17).

“Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de Su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre! Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo.” (Gal 4:6-7).

La Biblia como el libro de la revelación gradual y progresiva de Dios y el Nuevo Testamento como la parte final de la Biblia tiene que ser, y es la más completa revelación de Dios y la “corona” de las revelaciones de El: su revelación como PADRE nuestro.

“Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre.” (Mat 6:9).

“Yo soy el camino, la verdad y la vida –le contestó Jesús-. Nadie llega al Padre sino por mí. Si ustedes realmente me conocieran, conocerían también a mi Padre. Y ya desde este momento le conocen y lo han visto. Señor –dijo Felipe—muéstranos al Padre y con eso nos basta. ¡Pero, Felipe! ¿Tanto tiempo llevo ya entre ustedes, y todavía no me conoces? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre, ¿Cómo puedes decirme: “Muéstranos al Padre?.” (Jn 14:6-9)

Jesús es la revelación del Padre, en toda su plenitud, no solo por medio de Su Palabra y sus enseñanzas, sino que lo vino a hacer manifiesto mediante su carácter, actitud y acciones:
a) A Dios nadie lo vio jamás; Jesús no solo lo vio sino que le ha dado a conocer.” (Jn 1:18)
b) El hizo lo que vió hacer al Padre. (Jn 5:19, 6:38, 10:37)
c) El habló lo que oyó decir al Padre. (Jn 14:24)
d) El que ha visto a Jesús ha visto al Padre. (Jn 14:9).

Gracias a Jesús y por su sacrificio en la Cruz y Su Sangre derramada en ella, ahora, en el Nuevo Testamento, los creyentes tenemos una relación con Dios caracterizada por:

a) La revelación de Dios como Padre. Hay una diferencia fundamental entre ser el pueblo de Dios (saber acerca de Dios) y ser hijos de Dios (conocerlo personalmente). Ya no somos más el “pueblo” de Dios sino que pasamos a ser la “familia” de Dios.

b) La denominación de los creyentes como “hijos y familia de Dios”. Ya no somos más “siervos” sino “hijos”.

c) La relación entre el Padre y sus hijos se encuadra dentro de la gracia. La forma de relación con El ya no es a través de la Ley, que es el instrumento de Dios-Juez, sino la Gracia que es el instrumento de Dios-Padre.

“Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad, para alabanza de la gloria de su gracia, con la cual nos hizo aceptos en el Amado,” (Efe 1:3-6).

“Pero Dios, que es rico en misericordia, por su gran amor con que nos amó, aun estando nosotros muertos en pecados, nos dio vida juntamente con Cristo (por gracia sois salvos), y juntamente con él nos resucitó, y asimismo nos hizo sentar en los lugares celestiales con Cristo Jesús, para mostrar en los siglos venideros las abundantes riquezas de su gracia en su bondad para con nosotros en Cristo Jesús. Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe. Porque somos hechura suya, creados en Cristo Jesús para buenas obras, las cuales Dios preparó de antemano para que anduviésemos en ellas.” (Efe 2:4-10).

“Pero también digo: Entre tanto que el heredero es niño, en nada difiere del esclavo, aunque es señor de todo; sino que está bajo tutores y curadores hasta el tiempo señalado por el padre. Así también nosotros, cuando éramos niños, estábamos en esclavitud bajo los rudimentos del mundo. Pero cuando vino el cumplimiento del tiempo, Dios envió a su Hijo, nacido de mujer y nacido bajo la ley, para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre! Así que ya no eres esclavo, sino hijo; y si hijo, también heredero de Dios por medio de Cristo.” (Gal 4:1-7).

d) La revelación de Dios no solamente como revelación escrita sino personificada en la vida, palabras y hechos de Jesús:

“Felipe le dijo: Señor, muéstranos el Padre, y nos basta. Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? ¿No crees que yo soy en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, él hace las obras. Creedme que yo soy en el Padre, y el Padre en mí; de otra manera, creedme por las mismas obras.” (Jn 14:8-11).

El “sumun” (lo máximo, lo superior, lo esencial, lo más grande, la corona) de la revelación de Dios es su revelación como Padre, y lo que verdaderamente caracteriza a Dios es su corazón paternal. Ello implica que el conocimiento de su corazón paternal es la máxima revelación del carácter de Dios.

25 Ene 2012